Antonio José de Sucre: Lealtad y fuerza de un pueblo que se forjó derribando imperios

Héroe de Junín, Pichincha y Ayacucho, Sucre sigue siendo ejemplo de la gloria de los pueblos de nuestra América
Con el Mazo Dando

Publicado: 03/02/2019 06:00 AM

El 3 de febrero de 1795, nació en la ciudad de Cumaná, Antonio José de Sucre, militar patriota que protagonizó gloriosas batallas en las luchas que libró el Ejército Libertador hasta lograr la independencia de Venezuela y Suramérica. 

Desde muy joven, Sucre demostró su valentía y vasto conocimiento de la estrategia militar, lo que le ganó la confianza del Libertador Simón Bolívar, quien reconoció en este cumanés, una lealtad irrestricta y un líder de gran capacidad para el comando de tropas.

Cuando contaba con tan solo 26 años, el Libertador decidió entregarle la responsabilidad del Ejército del Sur, donde el genio de Sucre se desplegó, logrando impresionantes triunfos como los obtenidos en las Batalla de Junín y en Ayacucho donde se eternizó esta poderosa arenga que lanzó a las tropas libertadoras que el 9 de diciembre de 1824 sellaron el fin del imperialismo español:

"¡Compatriotas todos!

¡Estoy viendo las lanzas del diamante de Apure las de Mucuritas, Queseras del Medio, Calabozo, las de Pantanos de Vargas, Boyacá, Bomboná, de Carabobo las de Ibarra y las de Junín!

       ¿A quién podemos temer? Si a todas esas huestes realistas las hemos vencido y derrotado con valor, disciplina y heroísmo me acompañaste sin tito venciste en Pichincha, diste libertad a Colombia, hoy me acompañas en Ayacucho, también venceréis y daréis libertad al Perú, asegurando para siempre la independencia de América.

       ¡Acuérdate de Colombia de Simón Bolívar el Libertador, dame nuevas palmas y laureles, en las puntas de tu bayoneta y las lanzas, para ofrecerlas a ambos viva Colombia. Viva el Libertador! Soldados de los esfuerzos nuestros dependen la suerte de América del Sur otro día de gloria va a coronar nuestra admirable constancia.

       El gran Simón Bolívar me ha prestado su rayo invencible, y la santa libertad me asegura desde el cielo que lo destrozaremos al común enemigo, nosotros acompañados de la providencia no nos dejaremos arrancar los laureles del triunfo, poco nos importa el número de sus hombres (10.000) somos infinitamente más que ellos porque Dios Omnipotente está con nosotros con su justicia, aquí estamos peruanos , colombianos, chilenos, argentinos, para sepultar a los españoles que por 300 años se apoderaron, nos dominaron y este campo será su sepulcro por siempre viva el Perú y la América redimida".

Por esta gesta, el Congreso del Perú le otorgó el título de Gran Mariscal de Ayacucho. Ya liberada suramérica y obedeciendo el mandato de sus pobladores, Sucre decide fundar la República de Bolivia, de la cual se convierte en su presidente, cargo que abandona en 1828, como medida para apaciguar las rebeliones, que llegaron incluso al intento de magnicidio. 

Para 1829, es convocado por Bolívar para que comande el Ejército de la Gran Colombia, que libraba una lucha con el Ejército del Perú. Sucre siempre leal acude al llamado y el 27 de febrero comanda la Batalla del Portete de Tarqui, donde una vez más, este joven revolucionario es bañado por la gloria de la victoria

Esta comprobada lealtad, su reconocida capacidad de liderazgo y la demostrada sagacidad para la estrategia militar, despertaron las alarmas de los traidores del proyecto bolivariano, que venían en Sucre al sucesor del Libertador, por lo que el 4 de junio de 1830 es asesinado en las montañas de Berruecos, tratando de borrar la huella de este líder inmortal que hoy a 224 años de su natalicio sigue siendo faro de las luchas de los pueblos que luchan victoriosos contra los nuevos imperios. 

"El General Sucre es el Padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos del Sol; es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco-Capac y contemplando las cadenas del Perú rotas por su espada”.

Simón Bolívar al Gran Mariscal de Ayacucho, 1825.


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